My Work

Tuesday, November 24, 2009

EVOLUCIONA (Piensa por ti mismo)

Toda evolución en pensamiento y conducta

debe aparentar en un principio herejía y mala conducta.

George Bernard Shaw.


Una enorme diferencia entre la gente, creo yo, es su capacidad de autocuestionamiento.

Cuando alguien se pregunta, ¿cómo es que existe todo?–¿cómo es que existo yo?, el carácter de la respuesta define de qué tipo de persona estamos hablando.

Hay quienes responden que todo es obra de un ser supremo –con diferente nombre de acuerdo a su creencia personal– que creó y dispuso todo de la forma en que la conocemos.

Ésta es una respuesta fácil. No requiere mayor explicación, aún cuando preguntemos qué o quién es ese poderoso Creador, cómo es que existe, siendo algo más complejo aún que el universo mismo, qué había antes de Él o si alguien más lo creó.

La respuesta, tarde o temprano, acaba llegando al punto inicial: No preguntes, no podrías entenderlo – sólo créelo, porque Él así lo ordena.

Pero si, por otro lado, la respuesta es explicada con bases y razones reales, entonces aclara y exhorta a investigar más, a saber más. A interesarse por conocer, por conocerlo todo, por conocerse a uno mismo.

Las cosas no siempre han sido de la manera como las conocemos. El universo cambia desde su explosivo inicio. Seres y eras se han ido y muchas más vendrán.

Todo evoluciona, y lo que no, se estanca y no sirve. A eso se le llama selección natural. Un tipo muy inteligente y observador llamado Charles Darwin la demostró hace exactamente un siglo y medio.

El problema con la mentalidad de alguien más es justo ése: no es la tuya. Eso incluye doctrinas, creencias y estilos de vida que probablemente no son los que querrías para tí. Normalmente el castigo infinito y la culpa (en sus diferentes versiones y celebrada en diferentes fiestas de guardar) son manejados como medio principal de manipulación. Su única verdad es la que no contradice su creencia. Oprimen el pensamiento crítico, la curiosidad por descubrir, por imaginar, por explorar. Inculcan estar satisfechos con no entender el mundo. Debes creer – de lo contrario, Él te castigará para siempre.

Creer no es simplemente una cuestión de decisión. No puedo creer en una enorme tortuga sosteniendo la Tierra sólo porque alguien me lo pida. Pero si te enseñan a creer en ella desde que naces, me pregunto, ¿de qué manera esa formación te hará evolucionar?

Esa mentalidad obsoleta ha influido en la vida de millones por siglos. Billones continúan perdiendo la suya por causas que podrían haberles sido ajenas. La historia de la humanidad es un claro ejemplo de ello – las peores catástrofes en pérdida humana de la historia, una enorme mayoría, están relacionadas con dogmas y religiones. Segregan, censuran, etiquetan junto al color de piel, idioma, partido político o deportivo. Es claro lo dañinas que son para la vida y la evolución del ser humano.

Se supone que lo que nos distingue como especie humana es la inteligencia, nuestra capacidad de autocuestionamiento. De no habernos preguntado de dónde venimos, cómo es que pensamos o de qué están hechas las cosas, no habría avance. Aún continuamos descifrando de dónde venimos, pero en el camino hemos conseguido averiguar bastante hasta este momento. Sabemos lo infinito hacia ambos lados que es el universo. Nuestros ojos no han encontrado un final aún. Esto jamás lo hubiéramos logrado sin averiguar de qué está hecho todo lo que nos rodea, de qué estamos hechos nosotros mismos. Sin conocimiento, sin su consecuente tecnología, no habría posibilidad de comunicarnos como lo hacemos hoy, o de hacer largos viajes a conocer gente diferente y lugares interesantes. No conoceríamos el universo dentro y fuera de nosotros. No nos conoceríamos. La vida sería oscura y no evolucionaría. No haríamos justicia al término inteligencia.

Toda gran verdad dicha por vez primera suena a blasfemia. Precisamente hoy hace 150 años fue publicado uno de los pocos libros que han marcado el siguiente nivel en nuestra evolución como especie inteligente: El Origen de las Especies. Nuestra comprensión de la vida y de todo lo existente nos eleva a la altura de la continua sorpresa, en cada nuevo descubrimiento nos descubrimos más a nosotros mismos. No es la especie más fuerte ni la más inteligente la que sobrevive, sino la más adaptable al cambio. Y cambiar de mentalidad, sin duda, implica un paso adelante en la evolución humana. Impresionante, como dijo otro muy listo señor, que hoy sea más fácil desintegrar un átomo que superar un prejuicio.

No hay necesidad de explicarnos con cuentos de hadas la vida sólo para sentirnos afortunados por experimentarla. Si ya estamos aquí, ¿qué mejor labor que entender nuestro colorido universo y de qué manera real despertamos con vida en él? El único medio es nunca dejar de cuestionarse.

Dudo, por lo tanto pienso, por lo tanto soy, dijo un listo matemático francés hace mucho.


Tuesday, November 03, 2009

Teardrop

Yo nunca, hasta entonces, había oído la frase "umbral del dolor".

Hace ya un buen rato de esto.
Una molestia me obligaba a ir al dentista –sólo así voy, cuando no tengo más remedio, como dentro de poco tendré que hacerlo–. Le contaba yo a la chica que me atendía en aquel entonces sobre mi malestar, cuando paso la lengua por este lado, siento raro.
Es curioso cómo el lenguaje corporal es tan elocuente, a diferencia del verbal. Cuando tu dentista 1–mira el interior de tu boca, 2–te mira a los ojos, 3– mira otra vez dentro de tu boca, sabes que algo raro pasa.
–Sientes raro.
–Ajá.
Otra pausa. Y rara.
–Pues deberías estar en un alarido de dolor: tu muela se rompió y traes los nervios colgando.

El "umbral del dolor". No fue difícil deducir que se refiere al nivel individual de tolerancia.

He sentido dolores físicos intensos pocas veces en mi vida. Pocos pero particularmente intensos.
Recuerdo dos en particular.

A los 19, un viernes. Después de un gradual y enloquecedor dolor de alrededor de dieciséis horas, me extirparon el apéndice. Comenzó el malestar al mediodía como un híjole, ha de ser porque no he desayunado, y se convirtió en un grito de auxilio a mi hermana a media madrugada hasta que fui llevado de emergencia al hospital. En el inter, mientras el médico eliminaba posibilidades, el agudo dolor había volteado al revés mi mente, como un suéter. Recuerdo haber "pensado", este tipo no tiene la menor idea. Seguro ahorita está estornudando, tira los papeles a medio pasillo y mientras el estúpido se agacha a recogerlos, esos valiosos segundos podrían haberme salvado. Este dolor es insoportable. En diez segundos más, sin duda, estaré muerto. Pero pasaban esos eternos diez segundos y seguía vivo, inexplicablemente. No puede ser, volvía a "pensar", no sobrevivo estos diez. No podría. Así hasta que mi mente, entumida, continuaba resbalando por una mortal espiral descendente.
A la mañana siguiente, aún drogado por la anestesia pero ya sin apéndice, oía de lejos al médico felicitarme, no es cualquier cosa aguantar lo que aguantaste, hijo. El dolor que sufriste es lo más cercano al dolor de parto. ¿Quién diablos felicita a alguien por sufrir? ¿Acaso es un mérito por decisión propia? Feliz primer lugar, chavito-sin-casa – palmadita en el hombro. Y ¿cómo diablos sabe un hombre, médico o no, cómo duele un maldito parto? Aún con esfuerzo, pude articular bien esas preguntas.

El segundo no fue tan fuerte, claro. Es un segundo lejano lugar, pero sin duda tuvo lo suyo. Fue no mucho después – en el dentista, por supuesto. Sobra decir lo mucho que disfruto esas sesiones.
Una muela tenía que ser removida, estaba acostada, abajo y hasta atrás y había que serrucharla a la mitad primero. O sea, no me jodas. Pues ni hablar, chingo de anestesia. Una inyección, bueno dos y, a ver, tres ya. Pero no me hacía efecto y me di cuenta por qué. En lugar de estar recostado sobre el asiento y adoptar su forma de S, mi cuerpo era como una enorme regla apoyada en donde sea, absolutamente rígido – noté el espacio entre mi espalda y el respaldo–. Después de cuatro inútiles inyecciones de anestesia, el dentista –ya no era la misma chica de antes, lástima, ella me relajaba mejor evidentemente– me dijo, así ps cómo. Regresa en una semana, más relajado.
Más relajado. Seguro, iluso. Nada más apetecible que una nueva semana de nauseabunda anticipación para ver al dentista. Por supuesto, cuando el funesto día llegó, mis nervios se habían acumulado a los de la semana anterior.
Bueno, el final es fácil de imaginar. Cuando me preguntó a la cuarta inyección si ya estaba haciendo efecto la anestesia, en mi configuración visual aparecieron dos opciones: acumular una semana más o decir que sí. Y el fulanito dijo que sí.

Es increíble cómo, después de cierto nivel, el dolor se apodera de la mente, la distorsiona y tuerce su percepción. Y la vida es percepción. Desde un ángulo darwiniano, la selección natural ha establecido a nuestra percepción del dolor como la principal alerta vital, sobre lo que sea que nos haga sentir vulnerables al daño corporal, lo que amenace o haga peligrar nuestra vida. Por eso la tortura es tan efectiva – siempre haremos todo lo posible por evitar dolor intenso. La ciencia explica con razones directas cómo funcionamos, y el dolor es un sistema de alertas básico. En otros niveles, toca puntos importantes, erosiona – o esculpe, pero sin duda influye.

El umbral del dolor suena a película cincuentera lacrimógena mexicana, onda Marga López y Perro Infame y esas cosas. O podría ser, El Santo & Atreyu contra los Globos Aerostáticos en el Umbral del Dolor. Lo que sea. Aristóteles decía que el objetivo del sabio no era asegurar el placer sino evitar el dolor.

Merece su lugar, tiene un gran nivel.

He imaginado que todas las cosas que se pierden están en un sólo lugar. Un lugar enorme, como una central de camiones. Hay de todo, por supuesto. Desde encendedores –seguro yo sería el aportador del 90%– hasta vidas paralelas.

Perdí algo importante hace no mucho.
Dolió. Está bien asimilarlo, bien lo sé, aún doliendo lo considerable para haber sido algo importante. En mi propio rango – en mi propio umbral – aquí le doy su lugar.

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